LECTIO DIVINA. Año Litúrgico 2013-14. Ciclo A. 1- Diciembre – 2013

Lecturas: Is 2, 1-5; Rom 13, 11-14; Mt 24, 37-44
V/ Dios mío, ven en mi auxilio.
R/ Señor date prisa en socorrerme.
V/ Gloria al Padre…
R/ Como era en un principio…
Oración: Dios Todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino eterno.
SALMO RESPONSORIAL (Sal. 121)
Vamos alegres a la casa del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén.
Vamos alegres a la casa del Señor.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.
Vamos alegres a la casa del Señor.
Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor».
Vamos alegres a la casa del Señor.
Desead la paz a Jerusalén: «Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios».
Vamos alegres a la casa del Señor.
Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: «La paz contigo». Por la casa del Señor nuestro Dios, te deseo todo bien.
Vamos alegres a la casa del Señor.




 SALMO BÍBLICO
Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
2Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
3Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
4Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
5en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
6Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
7haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios».
8Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
9Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.
 Reflexión.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 12 de octubre de 2005
 Saludo a la ciudad santa de Jerusalén 
1. La oración que acabamos de escuchar y gustar es uno de los más hermosos y apasionados cánticos de las subidas. Se trata del salmo 121, una celebración viva y comunitaria en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos. 
En efecto, al inicio, se funden dos momentos vividos por el fiel: el del día en que aceptó la invitación a "ir a la casa del Señor" (v. 1) y el de la gozosa llegada a los "umbrales" de Jerusalén (cf. v. 2). Sus pies ya pisan, por fin, la tierra santa y amada. Precisamente entonces sus labios se abren para elevar un canto de fiesta en honor de Sión, considerada en su profundo significado espiritual. 
2. Jerusalén, "ciudad bien compacta" (v. 3), símbolo de seguridad y estabilidad, es el corazón de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro de su fe y de su culto. En efecto, a ella suben "a celebrar el nombre del Señor" (v. 4) en el lugar que la "ley de Israel" (Dt 12, 13-14; 16, 16) estableció como único santuario legítimo y perfecto. 
[…]
3. Se habla de "los tribunales de justicia en el palacio de David" (v. 5) porque el rey era también el juez supremo. Así, Jerusalén, capital política, era también la sede judicial más alta, donde se resolvían en última instancia las controversias: de ese modo, al salir de Sión, los peregrinos judíos volvían a sus aldeas más justos y pacificados. 
El Salmo ha trazado, así, un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social, mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es fermento de justicia y solidaridad. Tras la comunión con Dios viene necesariamente la comunión de los hermanos entre sí.
4. Llegamos ahora a la invocación final (cf. vv. 6-9). Toda ella está marcada por la palabra hebrea shalom, "paz", tradicionalmente considerada como parte del nombre mismo de la ciudad santa: Jerushalajim, interpretada como "ciudad de la paz". 
Como es sabido, shalom alude a la paz mesiánica, que entraña alegría, prosperidad, bien, abundancia. Más aún, en la despedida que el peregrino dirige al templo, a la "casa del Señor, nuestro Dios", además de la paz se añade el "bien": "te deseo todo bien" (v. 9). Así, anticipadamente, se tiene el saludo franciscano: "¡Paz y bien!". Todos tenemos algo de espíritu franciscano. Es un deseo de bendición sobre los fieles que aman la ciudad santa, sobre su realidad física de muros y palacios, en los que late la vida de un pueblo, y sobre todos los hermanos y los amigos. De este modo, Jerusalén se transformará en un hogar de armonía y paz. 
5. Concluyamos nuestra meditación sobre el salmo 121 con la reflexión de uno de los Santos Padres, para los cuales la Jerusalén antigua era signo de otra Jerusalén, también "fundada como ciudad bien compacta". Esta ciudad, recuerda san Gregorio Magno en sus Homilías sobre Ezequiel, "ya tiene aquí un gran edificio en las costumbres de los santos. En un edificio una piedra soporta la otra, porque se pone una piedra sobre otra, y la que soporta a otra es a su vez soportada por otra. Del mismo modo, exactamente así, en la santa Iglesia cada uno soporta al otro y es soportado por el otro. Los más cercanos se sostienen mutuamente, para que por ellos se eleve el edificio de la caridad. Por eso san Pablo recomienda: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6, 2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: "La caridad es la ley en su plenitud" (Rm 13, 10). En efecto, si yo no me esfuerzo por aceptaros a vosotros tal como sois, y vosotros no os esforzáis por aceptarme tal como soy, no puede construirse el edificio de la caridad entre nosotros, que también estamos unidos por amor recíproco y paciente". Y, para completar la imagen, no conviene olvidar que "hay un cimiento que soporta todo el peso del edificio, y es nuestro Redentor; él solo nos soporta a todos tal como somos. De él dice el Apóstol: "nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo" (1 Co 3, 11). El cimiento soporta las piedras, y las piedras no lo soportan a él; es decir, nuestro Redentor soporta el peso de todas nuestras culpas, pero en él no hubo ninguna culpa que sea necesario soportar" (2, 1, 5: Opere di Gregorio Magno, III/2, Roma 1993, pp. 27. 29). 
Así, el gran Papa san Gregorio nos explica lo que significa el Salmo en concreto para la práctica de nuestra vida. Nos dice que debemos ser en la Iglesia de hoy una verdadera Jerusalén, es decir, un lugar de paz, "soportándonos los unos a los otros" tal como somos; "soportándonos mutuamente" con la gozosa certeza de que el Señor nos "soporta" a todos. Así crece la Iglesia como una verdadera Jerusalén, un lugar de paz. Pero también queremos orar por la ciudad de Jerusalén, para que sea cada vez más un lugar de encuentro entre las religiones y los pueblos; para que sea realmente un lugar de paz. 
RELECTURA PERSONAL en clave cristiana
¡Qué alegría, tener una ciudad, una casa!
¡Qué alegría pertenecer
a la Iglesia de Cristo!
Pero pertenezco a la Iglesia
Porque Tú, Señor, me has llamado;
Pertenezco a la Iglesia
porque  has querido revelarme a Cristo,
el Señor, el que me ama,
el que me habla,
el que dirige mi vida,
el que me perdona,
el que me redime.
¡Qué alegría ser cristiano!
Pero, ¿me acerco a esa casa, a esa Iglesia?
¿no abandono mis obligaciones,
que voluntariamente he aceptado,
al aceptar mi Bautismo en la Iglesia
de Jesús?
Soy cristiano, y quiero amar la Iglesia:
vivir junto a mis hermanos
y cantar:
8Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
9Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien”.


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