LECTIO DIVINA PARA TODA LA SEMANA SANTA


LECTURA MEDITADA DEL LUNES SANTO
Lectura del Lunes 25 de marzo de 2013
Lunes Santo
Juan 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él en la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? (Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando)
Entonces Jesús dijo: Déjala: lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis con vosotros, pero a mi no siempre me tenéis.
Una muchedumbre de Judíos se entero de que estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
Comentarios
Jesús comparte en Betania una cena con sus amigos más cercanos. Cada uno de los tres hermanos atiende a Jesús de una manera particular.
Lázaro como interlocutor, Marta en el servicio y María brindándole el gesto de acogida común en aquel entonces, lavar y secar los pies como gesto de hospitalidad y de acogida.
 María, al utilizar un perfume muy fino y costoso, está poniendo de manifiesto el inmenso amor que siente por Jesús. Contrasta con la actitud de Judas, que no comprende el gesto de la mujer y la cuestiona bajo el pretexto de ser solidario con los pobres.
Jesús defiende el gesto de la mujer y le da un nuevo significado: le está preparando para la sepultura; ya que, según la costumbre de la época, a los muertos se les embalsamaba con perfumes.
Tres aspectos sobresalen en el texto: el amor incondicional a Jesús que implica darle lo mejor de sí; pretender utilizar la solidaridad con los pobres para alcanzar propósitos egoístas y mezquinos; e intentar eliminar a todo el que favorezca la conversión a Jesús.
Nuestra solidaridad con los excluidos debe surgir de un auténtico amor compasivo y un fuerte deseo por la justicia, no como simple asistencialismo. 




SEMANA SANTA  MARTES SANTO

Evangelio de San Juan- capítulo 13, del 21 al 23 y del 36 al 38
Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba.
Dijo Jesús: «Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.»
Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti.» Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces.»
Comentarios.
Ayer, lunes santo, vimos y contemplamos como una ráfaga de amistad en Betania, con Marta, María y Lázaro, y Jesús con ellos, gozando, en paz y con alegría, y apostando por los hombres: "Vosotros seréis mis amigos. si hacéis cuanto os he mandado". Esa experiencia de la amistad en Betania, le sirvió y le ayudó a sufrir, padecer y callar en su gran cena pascual y en su oración agónica en el huerto de los olivos.
Profundamente conmovido, en medio de esa cena íntima de la Pascua judía, la que él iba hacer ahora suya, su Pascua, mirándolos a todos, con el brillo de sus ojos, reflejando la luz de las velas, dijo con voz pausada y amiga: " En medio de vosotros hay uno que me va a entregar"
Mirad fijamente, hermanos, contemplad su rostro para mejor sentir y comprender su drama. El silencio era plomo.
En medio del amor conyugal surge la infidelidad. En medio del amor familiar, un hijo, una hija da un portazo y se va... Son síntomas de locura, de inmadurez del corazón.. Pero en medio de la amistad, lo que surge no es la infidelidad o la locura, lo que surge es la traición, que es algo... satánico; sí satánico. No se puede explicar en su profundidad, ni se puede comprender. Es el misterio de la perdición: "más le valiera no haber nacido", dirá Jesús, de Judas, cuando salió para venderlo, para traicionarlo.
Jesús hizo el último intento para que la amistad con Judas no se quebrara. Durante la cena le dio a Judas, hijo de Simón, el Iscariote, para que nadie pudiera confundirlo, un trozo de pan, untado en la salsa, signo de distinción, de reconocimiento, de aprecio, de amistad. Resonaban en el corazón de Judas, aquellas palabras: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Ahora os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre, os lo he dado a conocer" Judas, prefirió ser "siervo". Se hizo sordo a la invitación, a la amistad.. Tomó el pan con displicencia, y detrás del pan, entró en él... Satanás. Jesús le dijo, entonces: "lo que has de hacer, hazlo pronto". y entre labios y silencios, más que palabras, musitó: "más le valiera no haber nacido". "Mas le valiera no haber nacido"
Judas salió y llenó de oscuridad la noche. La muerte y la nueva Pascua han sido decididas desde que el traidor salió fuera: " Ahora ha sido glorificado ya el Hijo del Hombre y Dios ha sido glorificado en Él".
La amistad se rompe por la traición, que es, en primer lugar, arrastrar por el suelo los sentimientos más íntimos y más nobles. En segundo lugar es ser un homicida, al prostituir lo que más se ama y se quiere, es decir: matar los amores. Y en tercer lugar, profanar las ideas y pensamientos más luminosos.
Amor y traición: los dos contrarios, como tesis y antítesis hegelianas, que definen a Dios y es la encrucijada de la realización del hombre.
La vida y la nada. Amor y traición. Este es el dilema de esta cena de amigos: todo o nada. Y nos resuena Juan de la Cruz con sus "nadas" para llegar al Todo: "para venir a gustarlo todo, no quieras gustar algo en nada; para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada; para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada; para venir a tenerlo todo, no quieras tener algo en nada; y cuando vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer, porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro…".
La vida es un misterio. No la encontramos en esos libracos gordos de biología o de botánica o de psicología. La vida, vida, se nos escapa de nuestros esquemas mentales. La traición también se nos escapa, es una huida hacia la nada, que es misterio trágico para la mente humana. Dios es, pues, amor, vida. Dios no es traición. Está dicho todo: Dios no es traición. No te atormentes, mi buen hermano, pensando cuantas veces robaste, mentiste, fuiste infiel. El pecado, pecado, está en la traición, que es muerte de la amistad. "Ya no os llamaré siervos... ahora os digo: amigos…" Puedes ser amigo. Eres amigo.
Solo quisiera acabar con el perfil del otro personaje del texto, donde todos nos encontramos y reconocemos con más o menos parecido: Pedro.
Pedro, en medio de un aire denso, pesado y triste, manifestó su impotencia con un rasgo de falsa valentía, gritando: "¡Daré mi vida por ti!". ¿Darás tu vida por mí?, le pregunta Jesús. ¡Pobre Pedro, qué iluso! Pero Pedro negará, sí, negará, quebrará la amistad, pero no la aniquilará. No hará traición al Maestro. Llorará, sí, llorará. Pero no se ahorcará, como Judas lo hizo.
Quédate ahora, mi buen hermano, en el patio de Caifás, contemplando a Pedro aturdido por el eco, que sonaba fuerte en sus oídos: "daré mi vida por ti, daré mi vida por ti". y hasta, en aquel momento e tensión trágica, cogió, bravucón, una espada para defenderlo.
Escucha tú también el eco de tanta promesa renovada: de tu bautismo, de tu matrimonio, de tu profesión y contempla a Pedro en medio del patio, en la oscuridad de esa noche fría, rota por las llamaradas y chisporroteos de la hoguera. Quizás sus lágrimas las veas brillar al resplandor de las llamas, a medida que el gallo canta.
A lo mejor, acabas tu también llorando con él, porque en el fondo eres bueno, y te encontrarás de seguro, como Pedro, con la mirada de Cristo, al cruzar el patio. Es mirada llena de comprensión y de perdón, es mirada de amistad. Esa mirada nos la ha dejado sacralizada en el Sacramento de la Reconciliación, que no es moralina, ni lejía para limpiar las manchas mortales, sino encuentro con el único Señor de la misericordia, que te comprende en tu intimidad más profunda, herida y dolida, y por eso te perdona todo: lo grave y lo leve, porque solo sabe de amores, no de traiciones. "No saben lo que se hacen, no saben lo que se hacen", dirá y repetirá, colgado de la cruz.
Perdonad que insista y acabe como había empezado: qué importante debe ser esto de Amor y Traición en el marco de una cena de amigos, para que la Iglesia nos lo repita dos días seguidos y en la semana grande de los cristianos: Amor y Traición. -Traición y Amor y en el medio la negación de Pedro, diciendo: "daré mi vida por ti, daré mi vida por ti". y un momento después: "no, no le conozco, no le conozco".
Que lo conozcas y reconozcas al partir el Pan, en la Eucaristía, porque Él es el único que de verdad nos quiere, que de verdad te quiere como seas y como estés. Él es tu amigo. Y tú no seas ya siervo de tus traiciones. Sé también AMIGO de sus amores.



Lectio divina para el Miercoles Santo.

Evangelio Mateo 26, 14-25: El precio de una traición. “¿Acaso soy yo, Señor?”
Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle. 
El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua? Y él dijo: Id a la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la pascua con mis discípulos. Y los discípulos hicieron como Jesús les mandó, y prepararon la pascua. Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. 
Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor? Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho.
Comentarios.
El evangelio de hoy enfatiza el tema de la traición de Judas, según la versión del evangelista Mateo. También aquí en tres escenas seguidas aparece la progresiva entrada en la Pasión:
- El pacto comercial de Judas con los sumos sacerdotes para realizar la entrega de Jesús (26,14-16).
- La preparación de la cena pascual (26,17-19).
- El comienzo de la cena, en cuyo contexto Jesús desvela la identidad del traidor (26,20-25).
 - La entrega de Jesús es pactada por el precio de un esclavo (26,14-16)
El pacto entre Judas y los sumos sacerdotes le da impulso al macabro plan que llevará al arresto de Jesús y finalmente a su muerte. 
Todo empieza con un fuerte contraste. Según Mateo, justo en el momento en que la mujer unge con amor el cuerpo de Jesús para la sepultura (26,6-13), Judas Iscariote parte para donde los sumos sacerdotes con el fin de contratar la traición de Jesús.
Con la anotación “uno de los Doce” (26,14), se pone en evidencia el escándalo. Mateo muestra el lado oscuro del seguimiento de Jesús, el traidor potencial en que puede transformarse todo creyente que se encuentre frente a un momento crítico.
En el diálogo de Judas con los sumos sacerdotes se denuncia que el dinero era una de las motivaciones de la traición: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?” (26,15ª).  Mateo da un ejemplo concreto del poder corruptor de la riqueza. Precisamente sobre este punto los discípulos habían sido instruidos en el Sermón de la Montaña (ver 6,19-21.24). Una ilustración de la importancia del tema para el discipulado fue la escena del joven rico y las palabras de Jesús que le siguieron (ver 19,23). Por lo tanto, los discípulos no deben andar preocupados por los bienes materiales, ante todo deben buscar “primero su Reino y su justicia” (6,34).
 La avidez de Judas por el dinero lo lleva a abandonar el único tesoro por el cual valía la pena dar la vida.  Así, guiado por sus propias motivaciones, Judas toma una decisión libre: rechaza el Evangelio y escoge el dinero; esto lo conducirá a un destino terrible (ver el v.24).
 Recibe en contraparte “treinta monedas de plata” (26,15b). Se evoca así un texto de Zacarías que dice: “‘Si os parece bien, dadme mi jornal; si no, dejadlo’. Ellos pesaron mi jornal: treinta monedas de plata” (Zc 11,12). Según Éxodo 21,32, éste es el precio de un esclavo. En el texto de Zacarías se indica que se trata de una suma mezquina que se volverá a colocar en el tesoro del Templo (ver más adelante en Mt 27,9-10). Detrás de todo está la convicción fundamental de Mateo: la traición de Judas y su muerte parecen ser el triunfo del mal, mientras que misteriosamente hacen parte del gran designio de la salvación de Dios, ya que la Palabra de Dios se está realizando.
 Judas sigue dando los pasos necesarios para consumar su traición: “andaba buscando una oportunidad para entregarle” (26,16b). La “oportunidad” de que aquí se habla tiene que ver con la frase que Jesús va a decir más adelante: “Mi tiempo está cerca”. Casi irónicamente Jesús y Judas buscan el mismo “tiempo” (kairós): la entrega del Hijo del hombre en las manos de los pecadores.  Judas lo hace para ganarse treinta monedas de plata, mientras que Jesús lo hace para dar la vida por la salvación de la humanidad.
 (2) La preparación de la cena pascual (26,17-35)
 Estamos ya en la vigilia de la Pascua, “el primer día de los Ázimos” (26,17ª). El jueves, durante el día todas las familias hebreas botaban a la basura el pan con levadura, para celebrar como se debía la Pascua, con pan sin levadura (como lo manda Éxodo 12,15). La verdadera fiesta empezaba al atardecer.
 El evangelio se concentra en las palabras decididas de Jesús y en la obediencia inmediata de los discípulos. Hay un fuerte sentido de autoridad en las palabras de Jesús: “En tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos” (26,18).
 El énfasis recae en dos frases:
- “Mi tiempo está cerca” (26,18). En la muerte de Jesús irrumpe el nuevo tiempo de la salvación (ver 13,40). Por eso su carácter determinante: anticipa el final de la historia, cuando se decidirá el destino humano. 
- “Con mis discípulos”, ya que en todo lo que está a punto de suceder estará comprometido el vínculo entre Jesús y sus discípulos.
 La “pascua”, la fiesta hebrea de la liberación, da el horizonte para interpretar el significado de la muerte y resurrección de Jesús y también el nuevo horizonte de vida que de allí se desprende para los discípulos.
 (3) El desvelamiento de la identidad del traidor (26,20-25)
 El sol se acaba de ocultar y comienza el ritual de la cena pascual (26,20). Se trata de una fiesta de alegría, pero para Jesús y sus discípulos el momento solemne del banquete resulta inserto en un doloroso contexto de traición. El evangelista hace sonar enseguida la nota aguda de la Pasión: “Uno de vosotros me entregará” (26,21).
 En el relato, la tensión va aumentando poco a poco hasta que revienta la confrontación final entre Jesús y Judas en el versículo final (26,25):
-          Cuando los discípulos escuchan la profecía tremenda de Jesús, se llenan de miedo y comienzan a preguntar: “¿Acaso soy yo, Señor?” (26,22).  La indicación “uno por uno” invita al lector a hacerse la misma pregunta.
-          Jesús les responde dando una indicación precisa (26,23). Sus palabras ponen de relieve la tragedia de la traición: él viola el vínculo de amistad y de confianza que Jesús celebra con sus discípulos. Es el extremo pecado (“¡Ay de aquel!”; 26,24).
-          Cuando Judas hace la pregunta, el evangelista cambia la palabra “Señor” (que habían dicho los anteriores) por la palabra “Rabbí” (26,25a; término que en Mateo tiene un matiz negativo). Se pone en evidencia el contraste entre las palabras de Judas y la fe absoluta y confiada de los otros discípulos en Jesús. 
Llamándolo “Rabbí”, Judas se dirige a Jesús como lo hacían los enemigos, sin reconocer la verdadera identidad de su Maestro.
Así emerge el rostro del traidor.  En su pregunta hipócrita Judas aparece definitivamente como un discípulo perdido. Sus palabras revelan su voluntad de hacer eliminar a Jesús y destruir así el sentido profundo de su propia vida. La respuesta final de Jesús (ver 26,25b) no hará sino confirmar lo que proviene de su libre decisión.



JUEVES SANTO, EL DÍA DE LA EUCARISTÍA

Jueves Santo, el día de la Eucaristía
Con la llegada del Jueves Santo, los católicos comenzamos la celebración del Misterio central de nuestra fe, la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Cada uno de estos Días Santos, cada uno de sus momentos, conllevan un significado y encierran profundos misterios que Jesús de Nazaret quiso dejar para nosotros. En este Año de la Eucaristía, preparándonos para vivir el XLVIII Congreso Eucarístico Internacional (XLVIII CEI), es preciso hacer una reflexión profunda sobre este Misterio instituido por Jesús, Sacerdote por excelencia, precisamente el Jueves Santo.
El Don por excelencia La noche del Jueves Santo, Jesús se dispuso a celebrar la Pascua con sus Apóstoles. Era la Última Cena que compartía con ellos antes de que se cumplieran las profecías, porque «el tiempo se había cumplido»: «Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: ‘Este es mi Cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de cenar, tomó la copa diciendo: ‘Esta copa es la nueva alianza en mi Sangre que se derrama por ustedes’», (Lc 22, 19-20). Es en este momento cuando Jesús quiere perpetuar su presencia entre nosotros de manera sacramental. Es la Iglesia la que desde sus inicios ha custodiado este gran regalo en el que encuentra su impulso y razón de ser. De ahí que, en la Carta Encíclica de Su Santidad Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía, asegura que «es la Eucaristía el Sacramento que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo». Más aún, en el número 11 de la misma carta, el Sumo Pontífice afirma que «la Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sean muy valiosos, sino como el Don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación».
“Hasta el extremo”
En vísperas del gran acontecimiento eclesial, el XLVIII CEI, es importante recordar y redescubrir que en la celebración de la Santa Misa se actualiza el acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, el acontecimiento Pascual. La Misa hace presente el Sacrificio de la Cruz, no se le añade, ni lo multiplica. La misma Encíclica dice: «Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la Muerte y Resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención». Pero no es el Sacrificio de Jesús un acto de masoquismo, ni la Eucaristía se limita en ello; el Papa contextualiza la Pasión de Jesús en el ámbito del amor: «Deseo una vez más llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio Grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega ‘hasta el extremo’»
“Fuente y cumbre”
Este Sacramento, «Don por excelencia», prenda visible de un amor llevado «hasta el extremo», se ha de convertir en la fuente y cumbre de toda acción apostólica, y, a decir verdad, de toda la vida del católico. De ahí han de nacer nuestras fuerzas para vivir día a día nuestro compromiso bautismal, y ahí, han de llegar todos nuestros esfuerzos por instaurar en este mundo el Reino de Dios, reino de justicia, de paz y gozo. Así se expresa Su Santidad al concluir la Encíclica ya citada en los números 50 y 60: «Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio Eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar a él... Dejadme que, como Pedro, al final del discurso eucarístico en el Evangelio de Juan, yo lo repita a Cristo, en nombre de toda la Iglesia y en nombre de todos vosotros: ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna’», (Jn 6, 68).
Un acto de amor Todo lo que vale un Sacrificio.
Para entender «el valor redentor del Sacrificio de Jesús», es necesario dejar en claro que la palabra «sacrificio» nada tiene que ver con aquellos actos que predisponen cierta dificultad o esfuerzo para su realización. Para Cristo, el Sacrificio significó su consagración a Dios, puesto que esta palabra, la cual proviene del latín sacrificium, significa «hacer que algo sea sagrado o consagrado».
Partiendo de esto, se debe entender, desde un punto de vista teológico, que el Sacrificio de Cristo no está representado por su sufrimiento físico ni por su muerte misma, ya que éstos representan sólo un signo de la redención, sino por toda una vida de consagración de Jesucristo a Dios y a nosotros. Por lo tanto, el valor redentor del Sacrificio de Jesús estriba en una consagración del ser humano a Dios. Así lo explicó Carlos Ignacio González SJ, Maestro de Teología en el Seminario de Señor San José, quien dijo que «la Cruz no es la Redención, sino el signo de la consagración de toda la vida de Jesús a Dios y al hombre, sus hermanos. Vida que representa, en sí, el sacrificio de Cristo», tal y como lo expone Santo Tomás de Aquino.
«La cruz es el signo del Sacrificio; no es el Sacrificio, puesto que éste está representado por la consagración de toda la vida de Jesús a Dios y a nosotros», siguió diciendo el sacerdote jesuita.
Nuestro Redentor
Ejemplo de lo anterior, refirió, es el hecho proclamado por el Evangelio que nos dice que junto a Jesús murieron dos ladrones ajusticiados, los cuales sufrieron junto a Él, pero no son nuestros redentores porque ellos sucumbieron ejecutados por crímenes; en cambio, Jesús murió por su consagración al Padre y a nosotros. Así, el Sacrificio de Cristo es interior, y nada tiene que ver con el dolor externo, que indica y representa el signo de hasta dónde llevó su consagración Cristo por el ser humano, es decir, hasta la muerte en la Cruz, que era considerada como la más dura e indigna que había en su época.
Jesús vivió su muerte con una actitud de obediencia y fidelidad total al Padre y de amor y perdón a los hombres. La muerte en cruz, que era la manifestación suprema del pecado, se convirtió en la manifestación suprema de amor y reconciliación entre Dios y el hombre. La muerte de Cristo no fue fruto del azar, sino que pertenece al misterio del designio de Dios (cfr. Hch 2, 23); sin que ello signifique que los que entregaron a Jesús eran sólo ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios. El designo eterno de Dios incluye la respuesta libre de cada hombre a su gracia (cfr. Hch 4, 27-28). Así, Dios permitió los actos nacidos de la ceguera del hombre para realizar su designio de salvación.
¿Qué es la Redención?
La Redención parte y significa el perdón de los pecados, los cuales nos impiden experimentar el amor a Dios y nos alejan de Él.
Mas nuestros pecados no sólo tienen que ver con acciones externas, sino, y principalmente, con el pecado que está en el corazón, es decir, el pecado de «no amar», aspecto que nos lleva a no cumplir con la Ley de Dios, la cual se resume en amarlo a Él y al prójimo con todo el corazón.
En este sentido, el Padre Carlos Ignacio González explicó que muchos de los grandes teólogos, como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, se percataron de que «todo pecado es contra el amor, y de no ser así no es pecado». Por ejemplo, San Agustín decía: «Ama y haz lo que quieras»; si se ama a una persona, aclaró, no le vas a hacer daño; si amas a una persona, no la vas a robar, ni le vas a faltar en ningún aspecto; es por ello que toda la Gracia y la Ley de Dios se resume en el «amor».
Aquí cabría la pregunta: ¿Cómo nos redimió Cristo? Y la respuesta es tajante: Amándonos hasta la muerte y pensando en nosotros aun en los momentos en que nuestros pecados lo condenaban a ella: «Padre, pensando en nosotros, es el signo más visible de hasta dónde nos amó, y nos ama. La Cruz es el mayor signo que puede haber del amor de Cristo por nosotros.
La salvación la tenemos asegurada en ese amor de Cristo traducido en una muerte de Cruz. Nos abrió el camino para que aprendamos a amar, y ésta es precisamente su Ley, la última que nos dio antes de morir, en la Última Cena, y que nos legó como un Mandamiento: «Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado» (Jn 15, 12).
Además, Jesús no sólo perdonó y borró nuestros pecados, sino que nos capacitó para ya no pecar más, con el testimonio de su vida, con su doctrina, con su gracia. En la Cruz murió todo lo que no nos dejaba vivir como hijos de Dios y por su Sangre preciosa, fuimos rescatados, lavados y purificados. Él soportó el castigo que nos trae la paz y por sus heridas fuimos liberados.
Toda una vida de entrega La Pasión de Jesús no es sólo un momento; la Cruz para Jesús no sólo fueron días u horas de padecimientos físicos, sino que toda su vida fue una preparación que culminaría con esos acontecimientos, es decir, toda su vida fue de consagración, desde que comenzó su ministerio de predicación, hasta su muerte en la Cruz.
La Pasión de Cristo no es puro dolor, no es sólo la muerte en la Cruz; es ininteligible su muerte, si no consideramos toda su vida de entrega por amor. El sufrimiento físico es sólo un signo del amor, pero no es el amor, ni es la consagración, y por lo mismo no es el sacrificio.
Ese es el valor redentor; toda una vida de entrega por amor al Padre y por nosotros.



MENSAJE POR VIERNES SANTO

Mensaje para el Viernes Santo
Mons. Francisco Javier Errázuriz
Eran las tres de la tarde en el calvario después de haber sido tratado de la manera mas despiadada y violenta. Víctima de la ingratitud de su pueblo, de la cobardía de la autoridad civil, de la dureza de corazón y del rechazo de autoridades religiosas, del trato brutal de algunos soldados romanos y del abandono de casi todos los suyos, expiró Nuestro Señor Jesucristo. Murió después de encomendar su espíritu al Padre. Nos estremecen y nos conmueven las circunstancias de su muerte.
El profeta Isaías describió al siervo de Yahvé de manera desgarradora: "Desfigurado, no parecía hombre ni tenía aspecto humano, lo vimos despreciado y evitado por los hombres como un varón de dolores acostumbrado a sufrimientos, desprecios. Nosotros lo estimamos herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes, maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, lo arrancaron de la tierra de los vivos"; hasta aquí el profeta.
Con razón los improperios de este día Viernes Santo ponen una queja desolada en labios de Jesús: "Pueblo mío, ¿que te he hecho? ¿En qué te he ofendido? Respóndeme. Yo te saqué de Egipto, yo abrí el mar delante de ti, yo te guiaba con una columna de nube, yo te di a beber el agua salvadora, yo te di un cetro real; ¿que más pude hacer por ti? Respóndeme". Dolorosa queja en labios de Dios hecho hombre por amor a nosotros.
Los santos al contemplar las llagas y la cruz de Cristo no podían separarse del crucifijo sin decirse sobrecogidos: si sufrió tanto por mí, ¿cuánto me amaba? y ¿cuánto me ama? Aquí reside el secreto del silencio de Jesús y de la renuncia a toda defensa, aquí reside la explicación de su mansedumbre cuando se deja conducir al lugar de la crucifixión. Vino a este mundo a revelarnos el amor del Padre y era necesario este nuevo árbol de la vida y de la ciencia del bien, en el cuál confirmó que nos ama hasta el extremo, hasta el extremo de dar su vida por cada uno de nosotros y por toda la humanidad, por cada uno de ustedes y por mí. Tanto valemos a sus ojos y en su corazón.
Vino a enseñarnos la ciencia del amor, este nuevo Adán que desde el árbol de la cruz nos muestra en su cuerpo llagado la gran revelación, la nueva y eterna alianza de Dios con nosotros mediante un vinculo indestructible: el mismo Señor Jesús que abolió la enemistad y es nuestra paz. Desde la cruz el quiere enseñarnos a amar para que sea nuestra la paz verdadera. Él quiere decirnos que el amor vence a la muerte, a los abusos de poder, a la tortura y a la infidelidad. Desde entonces en cada niño desamparado, en cada mujer que sufre, en cada obrero sin trabajo y en cada uno de nosotros, el Padre de los cielos, y por que no también nosotros, encuentra el rostro de Cristo iluminado por el amor y la obediencia, marcado por el dolor, pero también por la gloria que su Hijo ha merecido para todos.
Qué misterio de sabiduría y de misericordia. No tiene sentido indignarse contra quienes lo hicieron sufrir y maltrataron sino tomamos conciencia de la ingratitud y del mal del cuál nosotros mismos somos capaces. Los hechos no ocurrieron sólo hace dos mil años, ocurren también en nuestros días porque el Señor nos dijo que todo lo que hacemos a uno de nuestros hermanos pequeños a Él lo hacemos. Por eso si no nos acercamos al hambriento para darle de comer, ni al sediento, al desnudo, al enfermo, al encarcelado, al cesante, al angustiado, al ignorante para aliviar su sufrimiento es al mismo Señor a quien desconocemos o rechazamos, a quien despreciamos o marginamos. No le estaríamos prestando el servicio, el gesto de apoyo o de gratitud que con urgencia nos pide. Peor aun es la responsabilidad humana cuando se causa el sufrimiento, calumniando al inocente, infiriendo heridas al adversario dando muerte al indefenso, haciendo limpiezas étnicas, políticas o aun religiosas.

Que la muerte de nuestro Señor grabe en nuestro ánimo el más profundo rechazo a la mentira y a la injusticia, a la prepotencia y a la violencia. El poder, la autoridad y las fuerzas que Dios nos da no las usemos para destruir sino para construir en el espíritu de Jesús conforme a su verdad, su sabiduría y su amor infinito. Este es el nuevo espíritu que necesitamos para dar forma a nuestra convivencia en el próximo milenio.
Antes de expirar el Señor le pidió a la Virgen María que asumiera a Juan como hijo suyo: "Mujer ahí tienes a tu hijo"; a Juan le indicó "ahí tienes a tu madre". Se lo expresó a él pero la tradición comprendió muy pronto que se lo decía a Juan y a todos los discípulos, también a nosotros; ahí tienes en la Virgen María a tu propia madre. Después de meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor no dejemos de imitar el ejemplo del discípulo. El Evangelio nos relata "que desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa", desde esta hora acojámosla en nuestro interior, en nuestra casa para que nos enseñe el inconmensurable amor que Dios nos tiene y la fidelidad agradecida que le debemos, y para que nos acerque a nuestros hermanos sufrientes en quienes nos reencontramos con Nuestro Señor Jesucristo.




SÁBADO SANTO

Sábado santo
El sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la misa, permaneciendo por ello desnudo el altar hasta que, después de la solemne vigilia o de la expectación nocturna de la resurrección, pueda alegrarse con gozos pascuales, de cuya abundancia va a vivir durante cincuenta días.
Esta nota introductoria del misal explica el espíritu del día. No debemos dar paso a una alegría anticipada, porque la celebración pascual todavía no ha comenzado. Es un día de serena expectación, de preparación orante para la resurrección. Permanece todavía el dolor, aunque no tenga la misma intensidad del día anterior. Los cristianos de los primeros siglos ayunaban tan estrictamente como el viernes santo, porque éste era el tiempo en que Cristo, el esposo, les había sido quitado (Mt 2,19-21).
Si podemos pasar este día en oración y recogida espera, nuestro tiempo será empleado del modo más idóneo. Esto es lo que nos sugiere la hermosa homilía elegida para el oficio de lecturas de hoy:
Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo'.
El primer sábado santo todo parecía perdido. Los discípulos, pequeño grupo de hombres pusilánimes, habían huido en desbandada, rotas sus esperanzas. Solamente María conservó la fe y quedó esperando la resurrección de su Hijo. Por esto todos los sábados del año la Iglesia conmemora a la Virgen María y tiene una misa votiva y oficio en su honor.
Una nota de serenidad, incluso de gozosa expectación, impregna la liturgia del sábado santo. Cristo ha muerto, pero su muerte es como un sueño del que despertará en la mañana de pascua.
Los salmos elegidos para la liturgia de las horas rezuman confianza y expectación. Parece como si el mismo Cristo los estuviese recitando. El salmo 4 contiene este versículo: "En paz me acuesto y en seguida me duermo", que se aplica a Cristo en la tumba esperando confiadamente la resurrección. También en el salmo 15 tenemos una maravillosa expresión de esperanza: "No me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha".
La lectura de la Biblia (Heb 4,1-13) nos habla del descanso sabático preparado para el pueblo de Dios después de las fatigas de esta vida. De ella se desprende esta conclusión: "Un tiempo de descanso queda todavía para el pueblo de Dios, pues el que entra en su descanso descansa él también de sus tareas, como Dios de las suyas".
En la homilía de la que hemos citado antes algo hay un diálogo entre Cristo y Adán. Cristo entra en la morada de los muertos y despierta a Adán, diciendo: "Levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti formamos una sola e indivisible persona".
Todos participamos del misterio del sábado santo; san Pablo nos lo recuerda: "Fuimos, pues, sepultados juntamente con él por el bautismo en la muerte, para que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida" (Rom 6,4). En la Iglesia primitiva, el simbolismo del bautismo como sepultura con Cristo resultaba mucho más claro que en tiempos más recientes. Los catecúmenos adultos descendían realmente a la pila bautismal, que, en su aspecto, no era muy diferente de una tumba. Descendían a las aguas, como signo de muerte y sepultura, y salían significando la resurrección.
Nuestra participación en la sepultura de Cristo se expresa en las oraciones finales de la liturgia de las horas. Así se expresa la petición final de laudes: "Cristo, Hijo de Dios vivo, que has querido que por el bautismo fuéramos sepultados contigo en la muerte, haz que, siguiéndote a ti, caminemos también nosotros en una vida nueva". En la oración final rogamos: "Te pedimos que concedas a todos tus fieles, sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con él a la vida eterna".



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