UNA FAMILIA NADA IDÍLICA (SAGRADA FAMILIA)


Una familia nada idílica


El domingo siguiente a la Navidad, la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Hay muchas imágenes cursis de esta Sagrada Familia que, se cree que en ella no hubo problemas, pues al igual que en nuestras familias, ellos también tuvieron sus problemas que resolver.

Recordemos que, según la costumbre del matrimonio judío, María y José estaban unidos en matrimonio legalmente ratificado. Antes de llegar a vivir juntos sucedió que María concibió un hijo. José sabía que él no podía ser el padre. Su embarazo parecería ser resultado de un comportamiento adúltero.    Siendo un hombre justo, recto y Observante de la Ley, se encontraba ante un dilema. Según la Ley, si se descubría que una joven desposada, antes de ir con su esposo, había perdido la virginidad, tenía que ser lapidada hasta morir. Es por lo que José tomó la decisión que sabemos…(Mt 1,18-25).

Después llega el nacimiento de Jesús. Una serie de elementos señalan en el relato de Lucas la dificultad de este parto, empezando por lo desarraigado de su escenario. José deja la casa junto con María en estado avanzado de embarazo.         El viaje se emprende por un decreto del emperador romano César Augusto para que todo el mundo se censara en la ciudad de sus antepasados. Lejos de su casa, estos padres expectantes, sin habitación para ellos en la posada, se refugian en unacueva o establo donde había animales. Y entonces “le llegó a ella el tiempo del alumbramiento…” (Lc 2,1-20).

Al poco tiempo viven una experiencia de terror y desplazamiento. Con una ira violenta Herodes intenta matar a su rival recién nacido. Advertido en sueños, José tomó consigo “al niño y su madre” y huyó a Egipto de noche. En Belén, los soldados mataron a todos los niños varones de menos de dos años de edad.         Tras la muerte de Herodes, José guiado por otro sueño volvió con “el niño y su madre” a la tierra de Israel pero advertido de un nuevo peligro, José encaminó su familia al norte, a Galilea, donde pusieron su morada en la ciudad de Nazareth (Mt 2,13-23).

En el evangelio de hoy (Lc 2,41-52), Lucas nos presenta a Jesús en el Templo de Jerusalén con doce años. Después de la fiesta de Pascua, Jesús se queda atrás discutiendo con los expertos en la Escritura, haciendo caso omiso de los temores de sus padres. No es el buen chico que hace exactamente lo que sus padres quieren de él. Cuando, tras buscarlo angustiados durante tres días, sus padres lo encuentran finalmente en el Templo, le hacen la pregunta con cierto reproche y en su respuesta Jesús no parece tener demasiada compasión .

Sin embargo, sí hay un relato fantástico donde aparecen trazos de su vida en común (Lc 2,22-40), es la escena anterior al texto de hoy. En ella Lucas nos describe cómo los padres llevaron al niño a Jerusalén; cómo ellos ofrecieron sacrificios; Simeón se encontró a “los padres”  haciendo con Jesús lo que era costumbre según la ley; “el padre y la madre del niño” se quedan pasmados ante sus revelaciones; “su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de él.

Simeón los bendijo...” (v. 34). Qué cuadro tan llamativo: la joven pareja arropada por la bendición de este sabio y noble anciano, recibiendo su oración y siendo recordados ante Dios los dos juntos. No es María  sola la que es bendecida, es bendecida junto con su esposo José.  Los dos están unidos, preparados para el cuidado de su hijo.

Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría, y gozaba del favor de Dios.      José y María son los testigos de la vida oculta, los mejores testigos de la humanidad de Jesús. Ellos le ayudan a crecer dándole protección, seguridad afectiva, dignidad, confianza, amor....Todas las parábolas de Jesús provienen de su contemplación de la vida cotidiana. María y José fueron la mejor imagen para describir a Dios. La mejor de sus parábolas, mostrar a Dios como “Abbá”, es el resultado de lo que ve, escucha, aprende de su padre y de su madre.

Ya vemos que esta familia de idílica nada. Sin embargo, Jesús creció no en el vacío, sino en el círculo de su familia galilea. Es más que probable que, al menos, alguna parte de su idea del amor de Dios para salvar provenga de estos padres judíos que, durante los años decisivos de su desarrollo, le enseñaron a conocer al Dios compasivo y liberador, de las Escrituras hebreas.

Cuando los planes de Dios no son como espero y deseo, cuando rompen mis esquemas y proyectos, cuando suponen dificultades ... ¿sigo confiando, alabando y dando gracias?
José y María lo tuvieron todo claro desde el principio. También tuvieron que creer en Jesús. La fe es un proceso y puede ser doloroso. Como nosotros, encontrarán a Jesús a través de la búsqueda, la alegría, la sorpresa, las inquietudes, la admiración, el asombro, la duda...Cuando los planes de Dios no son como espero y deseo, cuando rompen mis esquemas y proyectos, cuando suponen dificultades ... ¿sigo confiando, alabando y dando gracias?

El Papa insiste en que es el amor de una familia la que da a los hijos la seguridad que necesitan y les permite desplegar aquello que los hace únicos e irrepetibles. El primer alimento que recibió Jesús fue el amor de sus padres, y que ese amor la base en la  formación de ese niño. La familia de Nazaret nos invita a amarnos entre esposo y esposa porque de ese amor es que se alimentarán los hijos. Ellos no necesitan discursos o sermones, más bien necesitan un testimonio de amor de parte de los padres. De este modo a pesar de las enormes dificultades que pueda encontrarse ya sea un niño o un adolescente durante su crecimiento si es recibido en el seno de una familia que le ama, encontrarán todas las fuerzas para superar cualquier obstáculo.

Como nos dijo el Santo Padre Benedicto XVI: Confiemos por tanto a la Virgen y a San José a todas las familias, para que no se desanimen frente a las pruebas y a las dificultades, sino que cultiven siempre el amor conyugal y se dediquen con confianza al servicio de la vida y de la educación.

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